Ayuda a mujeres víctimas de violencia

Los contenidos del vínculo de ayuda a las mujeres víctimas de violencia sexistas. El sexismo como violencia ideológica: sus efectos en las perdonas, las familias y los grupos.

En mi vida familiar, y como hermano mayor de nueve hermanos, desde muy pequeño aprendí a cuidar a los otros, incluso a mis propios padres viéndolo como algo digno, sobre todo cuando encontré reconocimiento y reciprocidad. 
 
Conocí tempranamente los mundos de pobreza y de opresión de las mujeres que trabajaban como empleadas domésticas en nuestras casas. Siempre me rebelé por los malos tratos que se daban a estas mujeres en las casas en que servían. Mi forma de ser me permitió, desde muy pequeño que las niñas me dejaran ser su amigo. Con esto salí ganando, pues tuve acceso a conocer y a respetar nuestras diferencias. Así mi poco a poco perdiendo el miedo a la ternura, y a las emociones. 
 
Mis experiencias de padre y mi profesión me han llevado a estar cerca de los niños y niñas y fascinarme por sus formas naturales de crecer, descubrir el mundo y de ser amistosos.Y me da pena que los hombres que no están aquí no sepan lo que se están perdiendo. Trabajé y colaboré en Chile, y ahora en Cataluña, con mujeres, ejemplos de valentía, generosidad y coherencia en el combate por una sociedad justa para todas y todos. 
 
Tengo la suerte enriquecedora de estar casado con una feminista, mi esposa Maryorie, y de pertenecer por mi practica profesional a este mundo matricial y limpio en equipos compuesto casi siempre por muchas mujeres. Uno de esos equipos, a los cuales he podido aportar mi colaboración y, sobre todo, seguir aprendiendo es el de Tamaia, a quienes manifiesto mi reconocimiento y mi ternura por estos diez años de trabajo coherente y comprometido. 
 
Permítanme ahora compartir con ustedes algunas ideas con relación al contenido de la relación de ayuda a mujeres víctimas de la violencia sexista y patriarcal. Con lo que digo he querido afirmar una vez más que mientras no construyamos una sociedad igualitaria y basada en el respeto y el amor, la mujer y también los niños seguirán siendo estructuralmente maltratados. En el marco de esta ponencia quisiera compartir las finalidades en mis relaciones de ayuda a las mujeres, resultado de una atención en una consulta general, con mujeres víctimas de la violencia organizada y a mujeres víctimas de la violencia sexista de los hombres: 
 
1. Proponer una relación vinculante. Para esto no hago más que movilizar este recurso biológico que todos los animales sociales tenemos. El de apegarnos a otra o a otro para co-construir nuestra existencia. La relaci6n es apegante y basada en el respeto incondicional, la confianza y la interdependencia.(Todos 
somos unas o unos). 
 
2. Facilitar procesos de toma de conciencia y externalización de los dolores invisibles de su infancia. Doblemente maltratadas como niñas y como mujeres.
• Lo que no recibió y que la forzaron a dar. 
• La violencia física que recibió como niña y por ser niña. • La destrucción de sus procesos naturales de
  sexuación y los abusos sexuales.  
• La manipulación psicológica y la explotación de sus capacidades de cuidadora (adultificación,
  parentalización, conjugalización) 
 
3. La toma de conciencia y externalización de su condición de oprimida en la ideología y cultura sexista patriarcal. (Opresión macroscópica y sobre todo la microscópica). 
 
4.  La toma de conciencia y la resistencia a todas las formas de abuso y de violencia a las antiguas formas de opresión (golpes, amenazas, culpabilidad, chantaje afectivo etc.) y a las más sofisticadas, las de la cultura neoliberal y de la globalización económica, que se realizan a través de la manipulación y la alienación psicológica ejercidas a través de dobles discursos, de la cultura del parecer y del famoseo, así como mediante estrategias de recuperación de las luchas de las mujeres a través de discursos igualitarios formales políticamente correctos, pero que no se acompañan de una práctica consecuente. 
 
Algunos ejemplos: 
La recuperación y los intentos de cosificar el sufrimiento de las víctimas, aislando este sufrimiento de las causas sociales e ideológicas que lo producen o reduciendo su causalidad al victimario directo, con 
quien a menudo la mujer tiene una vinculación afectiva.  Formas más sutiles y no por ello menos perversas de seguir acusando a la mujer de la violencia que sufre a través de la psicologización de las causas de la violencia. 
 
Algunas ideas comunes, presentes en las representaciones de muchos y muchas profesionales: 

El marido no la violenta, los dos participan de una dinámica circular de relación. Si ella está en el lugar en que está es por algo. 

El cuestionamiento de las madres en casos de abusos sexuales de las niñas por parte del padre o del compañero de la madre. Aunque todas las investigaciones epidemiológicas demuestran que el abuso sexual es una de las manifestaciones mas aborrecibles de la opresión sexista, en donde en más del 90 por ciento de casos el agresor es un hombre y, además, conocido por la niña, a menudo las madres de las victimas en algún momento se sientan en el banquillo de las acusadas. 
Como instigadora. Por no haberse dado cuenta de lo que sucedía. Por no haber hecho lo imposible para proteger a su hija. Por dejar a su hija sin padre al pedir justicia para ella y justicia y protección para su hija. 
 Por querer liberarse de la opresión sexista y tomar su vida en sus manos con la ayuda de otras mujeres. 
 
5. Preocuparnos juntos por los hijos e hijas, si existen, y crear una alianza para protegerles de la violencia y prevenir la identificación con modelos sexistas de relación. Como ejemplo tenemos los grupos para niños y niñas cuyas madres han sido víctimas de violencia conyugal (Tamaia-Exil). ó. Apoyo social no solo afectivo, sino ético (ética del riesgo y la responsabilidad) alianza en el piano político, uniéndonos para construir un mundo mejor). 
 
 
Por todo lo anterior tiene sentido para mi y para nosotras y nosotros afirmar que nuestro compromiso con las mujeres es sobre todo un compromiso con al conjunto de la humanidad. Queremos seguir contribuyendo con las mujeres a protegernos y liberamos de la violencia de los hombres y, sobre todo, a seguir luchando por relaciones de buenos tratos. Para que las niñas y niños del futuro sean hombres y mujeres libres y respetuosos, educados en la colaboración para proteger la vida capaces de una solidaridad recíproca y de un gran coraje reflexivo para oponerse creativamente a cualquier forma de violencia y manipulación del ser humano. 
Para realizar trabajos con mujeres víctimas de violencia sexista y patriarcal hay que reflexionar como se ha introducido la violencia en la vida cotidiana de las mujeres y hombres y como el sexismo se ha introducido en la mente de las personas y en el funcionamiento de familias y grupos como violencia ideológica. 
EL SEXISMO COMO VIOLENCIA IDEOLóGICA: SUS EFECTOS EN LAS PERSONAS, LAS FAMILIAS Y LOS GRUPOS. 
 
Al referirnos al sexismo como una forma de violencia ideológica, lo hacemos desde la perspectiva del observador, es decir, aceptando que todo lo que se dice lo dice alguien y ese alguien, siendo parte del fenómeno que estudia, no puede tener la pretensión de ser objetivo frente a dicho fenómeno. Por lo tanto, todo lo que diré en relación a este tema es parte de mi mundo, es decir, de mis emociones, pensamientos, representaciones, valores y comportamientos. Pero, a diferencia de un discurso delirante, el contenido de esta ponencia emerge de una practica social, por lo tanto, puede ser considerado como "subjetivamente 
objetivo" y utilizado como un alimento mas de esta mesa común alrededor de la cual nos hemos juntado para conversar y aportar a nuestros conocimientos, prácticas y esperanzas. 
El concepto de violencia ideológica nos sirve para distinguir una violencia exclusivamente producida por el animal humano. Esto en la medida que, hasta donde sabemos, somos los únicos animales capaces de representarnos la realidad a partir de esa maravillosa y a la vez peligrosa capacidad de simbolizar la 
experiencia y transformarla en palabras, discursos, "realidad". 
 
Desgraciadamente, este maravilloso recurso de comunicación y colaboración, al ser manipulado en relaciones de poder asimétricas, puede dar origen a creencias y representaciones que propugnan el abuso, la violencia, la explotación y la dominación de los que tienen menos poder. Los  animales humanos somos los únicos animales que solemos hacer daño a un semejante, torturarle, violarle e incluso matarle, a partir de un sistema de representaciones que no sólo legitima esta violencia, sino que, además, la mistifica, de tal manera que las víctimas difícilmente pueden ser reconocidas o reconocerse como víctimas. A través de este texto intentaremos compartir nuestras reflexiones sobre dicho fenómeno tomando como ejemplo el sexismo. 
 
1. Lo humano como fenómeno del lenguaje.
 
El origen de lo humano como realidad está íntimamente ligado al origen del lenguaje. Para Maturana H., "lo peculiar de lo humano está en el lenguaje y su entrelazamiento con la emoción" (Maturana 1990). 
Según este mismo investigador, el lenguaje surgió en la evolución de los seres vivos como consecuencia de la historia de sus interacciones repetitivas, en sus procesos adaptativos. Por lo tanto, la emergencia del lenguaje es un fenómeno biológico destinado a la preservación de la vida. Maturana y otros autores nos proponen un modelo singular para explicar la emergencia del lenguaje en los seres vivos en general y en la especie humana en particular. 
 
Por desgracia, dice Maturana: "La vida social y lingüística no deja fósiles, y no es posible reconstruirla". "Lo que si podemos decir es que los cambios en los homínidos tempranos que hicieron posible la aparición del lenguaje tienen que ver con su historia de animales sociales, de relaciones interpersonales afectivas estrechas, asociadas al recolectar y compartir alimentos. En ellos coexistían las actividades aparentemente contradictorias de ser parte integral de un grupo pequeño y estrecho y, al mismo tiempo, de salir y alejarse por periodos más o menos largos a recolectar y cazar". El lenguaje, tal como lo practicamos, debe haber nacido en esas circunstancias, como una especie de apego lingüístico que permitía que cada miembro del grupo se lo "llevara" al grupo consigo sin necesidad de interacciones físicas continuas con él. 
          
"Hallazgos fósiles de esa época indican que la conducta acarreadora (cazar, recolectar y acarrear hacia el grupo) era parte integral en la conformación de una vida social en la que la hembra y el macho, unidos por una sexualidad permanente y no estacional como otros primates, compartían alimentos y cooperaban en la crianza de los más jóvenes a través de comportamientos compartidos y aprendidos en  marco de la continua cooperación de una familia extensa" (Maturana 1984). 
 
Siguiendo estas ideas, la experiencia emocional que permitió la emergencia del lenguaje humano, es el compartir en un ambiente de sensualidad amorosa. El lenguaje, tal como lo conocemos y nos servimos de él hoy en día, es el resultado de la convivencia y, de las transformaciones de los participantes en la convivencia. Según Maturana, este no habría surgido si no se hubiese producido en esta historia de convivencia. Por lo tanto, el poder comunicar y comunicamos a través del lenguaje es el resultado del compartir, reconociendo al otro como otro (Maturana 1984). En este marco es legítimo representarse que las diferencias de género equivalían a dinámicas de respeto mutuo que aseguraban la participación de todos los miembros de la comunidad para asegurar la finalidad que define la identidad de lo vivo, de lo animal, de lo humano. Es decir, mantener su capacidad autopoiética. Desde el punto de vista biológico, la identidad del ser humano y de los sistemas humanos está determinada por su capacidad autopoiética, es decir poder producirse continuamente a si mismos, incluido el borde o la membrana que los delimita y que también participa del proceso (Maturana 1984). Esto equivale a decir que la finalidad del ser humano es producir, conservar, proteger y reproducir la vida. 
 
Desgraciadamente una serie de creencias y comportamientos humanos atentan contra la finalidad autopoiética. Uno de estos sistemas de creencias es precisamente el sexismo. Una explicación de esta paradoja la podemos encontrar en el hecho que los sistemas humanos, (una familia, un pueblo, una institución) al ser sistemas "derivados del lenguaje" (lenguajeados), son capaces de construir relatos de la realidad que no siempre corresponden a esa realidad. Somos los únicos animales capaces de autoengañarnos para enfrentar personas y situaciones que nos provocan miedo, inventando mitos y creencias que nos proporcionan la ilusión de control, olvidando o negando luego lo que hemos inventado. El lenguaje considerado como fenómeno vital deberla estar siempre al servicio de la vida; desgraciadamente, esto no es siempre así. Innumerables son los ejemplos, que dramáticamente no muestran la capacidad de los seres humanos de destruir a otros seres humanos a partir de representaciones ideológicas, religiosas u otras, todas posibles gracias a esta capacidad de simbolizar que se abre con el lenguaje.
 
A este respecto, Humberto Maturana en su libro "El árbol del conocimiento", hace referencia a la existencia en el zoológico del Bronx, en Nueva York, de una jaula especial en el pabellón destinado a los primates. Al acercarse a ella, entre los barrotes uno ve, en un gran espejo de fondo, su propia imagen y en la base del espejo un letrero: "El primate más peligroso del planeta". Aclara la leyenda que el hombre ha matado más especies sobre el planeta que ninguna otra especie conocida... 
 
Una manera de entender esta destructividad del animal humano se relaciona con la paradoja de su capacidad lenguaje (Maturana 1978). La capacidad de representarse la realidad que emerge en la convivencia social crea, al mismo tiempo, otro campo fenomenológico, el de las representaciones. Esto tiene como resultado la emergencia de la conciencia de si mismo, del otro, del mundo y, por lo tanto, necesidad de explicarse estos fenómenos para poder situarse en ellos. El lenguaje abre la posibilidad y pertenece al dominio de lo social, es decir, el lenguaje nos permite el acceso a la conciencia de nosotros mismos y del mundo que nos rodea pero al mismo tiempo es "creador de mundos", de explicaciones que 
van a organizarse en sistemas de explicaciones que se transformaran en creencias. Las creencias se trasforman en representaciones destructivas cuando la emoción que las produce es el miedo y este miedo define representaciones y acciones destinadas a controlar, dominar o eliminar a las personas y las 
situaciones que lo producen. El sexismo, así como el adultismo, el racismo, el integrismo, etc., pueden ser considerados como fenómenos de la misma naturaleza. Por lo tanto, a través del lenguaje simbólico el animal humano no solo experimenta el mundo, sino que crea mundos, es decir, mitos que le permiten 
regular la ansiedad y el miedo frente a lo desconocido, como el origen de la vida, la muerte, el otro diferente, fenómenos naturales, etc. 
 
Además, la experiencia de vivir en un mundo de representaciones compartidas crea la conciencia de pertenecer a un grupo, clase, etnia, género, etc. Esto proporciona al individuo no sólo refuerzos para su identidad, sino, además, la vivencia de pertenecer a un grupo, a una masa, infundiéndole el sentimiento de no estar solo(a) y de sentirse más seguro(a) y más fuerte frente al misterio de lo "desconocido" y lo "incontrolable". A partir de lo expuesto podemos considerar al sexismo como una forma de estar en el mundo que implica un emocionar de miedo frente a la otra o al otro de género  diferente, a partir del cual emerge una manera de pensar y actuar destinada a definir la relación con ella(s) o con ello(s) en términos de control, dominación o exterminación. 
          
El sexismo como fuente de violencia ideológica.
          
El sentimiento de pertenencia a un grupo surge como fenómeno social inevitable, ligado al acceso de la representación de la realidad que abre el lenguaje y se transforma en una necesidad vital, pues este proporciona a los miembros individuales una experiencia de fuerza y de poder. Ello, por una parte amplifica 
al individuo su capacidad de adaptación al medio, lo que se expresa en nuestro lenguaje natural por frases: "Juntos podemos más", "Unidos venceremos". "La unión hace la fuerza". Pero, por otra parte, aparece el peligro del otro o de la otra, que amenaza porque es diferente, que cuestiona este sentimiento de cohesión y de unidad. 
 
Este modelo es una forma de dar sentido a la emergencia de dinámicas de control, domesticación, anulación o destrucción del otro, cuando este otro es vivido como diferente. En el caso del sexismo se trata generalmente de "esta otra" que es percibido, producto de las creencias, como un peligro en su diferencia. En general, podemos decir que cada vez que un grupo  humano cree que sus "formas" de ver y comprender el mundo (sistema de creencias, ideología, teorías científicas) son verdades absolutas a defender a cualquier precio, aún destruyendo otras formas de vida y, por ende, otros seres humanos, estamos en la zona que denominamos la violencia ideológica. A diferencia de la violencia agresiva, que resulta de una falla de los les compuestos de comportamientos y discursos destinados a manejar las emociones en un grupo, la violencia ideológica es el resultado de creencias destructoras que impiden la utilización de estos rituales (Barudy 1998). 
 
Las representaciones y las creencias son en este caso más importantes que la "biología", es decir, que la vida. La creencia y la idea que nos hacemos de alguien es más importante que su condición de ser vivo. En este contexto, el otro ya no es un semejante en la emoción del amor y la coexistencia, sino que el o ella, niño, mujer u hombre devienen una cosa o un objeto vividos como una perturbación que amenaza el sentido de pertenencia y seguridad, sobre todo de aquellos miembros dominantes del sistema. 
 
A partir de estas creencias, los sujetos o los sistemas violentos legitiman el control, la dominación, el sufrimiento, los castigos o la destrucción de los demás. Encontramos este fenómeno de trasgresión a la vida en todas las formas de violencia organizada a partir de una ideología: la tortura, la persecución política, la persecución religiosa, el sexismo de alta, media y baja intensidad, así como en la violencia familiar o institucional, abusiva de los adultos son los niños. 
 
En las situaciones de violencia ideológica, las víctimas no son solamente dominadas, maltratadas, abusadas y por ende, traumatizadas, sino que, además, son obligadas a creer en las ideologías que justifican o mistifican el abuso. Así, el carácter altamente mórbido de la violencia ideológica es que esta emerge en un contexto de comunicaciones que mistifica su carácter abusivo. Esto dificulta a la víctima la posibilidad de reconocerse como tal o de nombrar a los autores, así como de reconocer los elementos contextuales y culturales que sustentan los comportamientos abusivos. 
 
La verdadera significación de la dominación sexista, por ejemplo, el miedo de las otras diferentes, esta camuflada o simplemente negada. Hay, por lo tanto, en toda situación de violencia ideológica un proceso que no es solamente traumático para las víctimas, sino que además se acompaña de un proceso de "alineación a través del cual el sexista, en este caso, trata de imponer sus valores y sus representaciones "integristas" de la relación hombre y mujer. Esto le permite negar, legitimar, banalizar sus estrategias de control, dominación y sumisión y en los casos mas dramáticos, los malos tratos físicos, sexuales o psicológicos. 
 
El sexismo masculino dominante en nuestra cultura es una forma de violencia ideológica, en la medida que para el hombre, a nivel de sus sistemas de representaciones, la mujer no es vivida como una persona legítima en la emoción del amor, el respeto y la convivencia. La mujer es reducida a una cosa, un objeto, que si exige el respeto de sus derechos, perturba el orden social y, por lo tanto, amenaza el sentimiento de pertenencia y seguridad del género masculino dominante. En estos contextos, las ideas, las creencias son más importantes que la condición humana y los derechos legítimos de la mujer y en casos extremos y 
no excepcionales serán estas mismas creencias que legitimaran el abuso y la violencia física, psicológica y sexual de las mujeres. 
         
El sexismo como cultura abusiva 
          
Estas ideas me han ayudado a entender los "grados patológicos" de egocentrismo o de etnocentrismo sexista que he encontrado en los hombres abusadores o maltratadores, de mujeres y de niños, protagonistas de situaciones de violencia conyugal y de malos tratos infantiles. Estos organizan y autojustifican sus comportamientos a partir de  sus concepciones singulares del mundo y de ellos mismos. Un ejemplo extremo de esta situación lo encontramos en los casos de los violadores y abusadores sexuales. Si todos los abusadores sexistas se encuentran atrapados en el hecho de confundir sus mapas o sus representaciones del mundo con la realidad, el abusador sexual es el más sorprendente. Los hechos están ahí, la hija o los otros niños han puesto al descubierto una situación de abuso sexual, o la esposa ha denunciado múltiples agresiones físicas y sexuales, pero el sujeto "abusador insiste en defender sus propios esquemas compuestos de una  visión de si mismo y de sus relaciones familiares totalmente idealizada. Este abusador, a menudo defiende unos principios morales absolutos, en perfecta contradicción con lo que se esta denunciando. 
 
El lenguaje de este abusador corresponde a una cultura dogmática, sus percepciones alteradas por sus representaciones absolutas y  totalitarias se expresan a través de un monólogo destinado a defender su adhesión a una representación acrítica de la realidad, que excluye toda posibilidad de reflexión crítica y consciente de los actos abusivos que ha cometido. Se trata de un discurso dicotómico y reduccionista por excelencia. Las creencias de este "abusador" se amplifican y se petrifican al máxima cuando estaba la crisis que pone en cuestión. En ese  momento manifiesta el núcleo de su drama al mostrar que lo que el piensa y expresa con su lenguaje  es del todo incongruente en relación a lo que se esta denunciando, siendo incapaz de reconocer lo que ha hecho. Los terapeutas confrontados a este abusador tienen la impresión que están confrontados a una sola persona que representa dos personajes que vienen de dos 
planetas diferentes. Uno moralizante y rígido, el otro, abusador y cobarde. Cuesta creer que quien se encuentra ante nosotros habita un solo y mismo planeta. 
 
Cuando los abusos sexuales saltan a la luz, es decir, del terreno de lo privado a lo social, este padre y marido autoritario y moralizante lo negará en bloque, rechazando con todas sus fuerzas que se le impute haber cometido tal bajeza. "¿Cómo pueden pensar esto de mi, siendo yo un hombre honorable, si soy un 
médico, o un profesor, o un policía, un padre de familla o un marido irreprochable?". Si las evidencias son demasiado grandes, tendrá' "la desfachatez" de acusar a su hija victima de haberlo incitado o provocado. 0 
clamar a un complot de parte de su esposa y de la familla de esta para desprestigiarle o hacerle daño. 
Podemos decir que en este tipo de sujetos la capacidad de reflexión se encuentra totalmente ausente y que sus vidas personales se han vuelto "ciegas para si mismo" (Maturana H., Varela G. 1984). 
 
Estos sujetos imponen a su sistema familiar una organización familiar basada en "una regla mítica" que dice: "Está prohibido conocer". Es decir, no se puede reflexionar sobre la experiencia y, en consecuencia, sobre la vida misma. En este sistema totalitario las experiencias subjetivas de cada uno de los individuos son negadas, desplazadas o deformadas, para confirmar y mantener un conjunto de creencias rígidas y dogmáticas que mantienen la dominación del hombre y la sumisión de la mujer y de los hijos especialmente de las hijas. La individualidad está así anulada por un sistema de creencias que perpetua y legitima el abuso de poder de parte del hombre sobre la mujer y de los adultos sobre los niños.
 
El drama de estos adultos abusadores, implicados, entre otras, en situaciones de abuso sexual, es que para ellos sus creencias son verdades absolutas, verdaderos dogmas que excluyen para ellos y para sus esposas e hijos las posibilidades de emocionar en el amor. A través del diálogo terapéutico a veces se puede descubrir que la base de este dogmatismo ideológico frente a la mujer y a las niñas es la emoción del miedo de ser destruido o abandonado por los suyos. Así, este conjunto de creencias sexistas y adultistas, acompañadas de una imagen idealizada de si mismo no sólo le permiten al hombre abusador "manejar" sus miedos, sino también engañarse sobre sus comportamientos abusadores. 
 
Este ejemplo extremo también nos permite evocar otras situaciones  sociales e institucionales donde sujetos o grupos de sujetos imponen un discurso ideológico que no sólo les permite abusar sin remordimientos, sino ocultar para los demás, y a menudo para s mismos, el carácter abusivo e incoherente de estos actos. Desgraciadamente, el modelo económico e ideológico dominante en la actualidad, el del libre mercado, el de la globalización es un ejemplo masivo y generalizado de este fenómeno. 
 
Los tiranos sexistas, los integristas políticos o religiosos, los defensores del capital, los racistas brutales y los más sofisticados, si bien pertenecen a fenomenologías diferentes, presentan como similitud, el abuso del poder, al mismo tiempo que se construyen e imponen a los demás una "historia" para justificar y mistificar lo que hacen, manteniendo así sus dinámicas de dominación. En el plano psicológico, esta negación y distorsión de la experiencia y la afirmación fanática de sus creencias permiten a dichos adultos 
exorcizar el riesgo de verse confrontados a responsabilidades y, sobre todo, a sus propios miedos personales, que a menudo se originan también en historias familiares y sociales que no permitieron el desarrollo de una seguridad desde su infancia para confiar en si mismos y en los demás y participar sin miedo en dinámicas sociales  de dar y recibir. En el caso de los abusadores sexistas que hemos conocido en  nuestra práctica clínica, se trata casi siempre de un sujeto que ha tenido una historia de malos tratos en su infancia, no sólo a nivel familiar, sino también a nivel social  e institucional. En estos caso es válido el aforismo "el abusador es un abusado que abusa". Esta redefinición del adulto que abusa, porque él mismo fue abusado, nos permite comprender sus transgresiones, no ya como acciones de un espíritu maléfico o enfermo, sino como consecuencia de su proceso histórico donde han participado una multiplicidad de autores con grados de responsabilidad diversos. 
 
Esta lectura de los actos abusivos no borra la responsabilidad del abusador, al contrario, lo coloca en el centro de los hechos denunciados. Pero al considerarlo como sujeto de una historia, nos permite la distancia necesaria para poder comprender el sentido de sus actos y al mismo tiempo su obstinación 
por defender sus creencias, y así abrir las puertas para una posible rehabilitación. 
          
Conclusión 
A diferencia del adulto sexista y por ende abusador, nosotros y nosotras sabemos, así lo espero, que nuestras formas de pensar, igual que las ideologías políticas, las religiones, las teorías científicas, etc. pueden ser consideradas también sistemas de creencias. Porque, a riesgo de repetirme, las creencias son una forma de simbolizar las experiencias que cada ser humano realiza, es decir, son los resultados de sus procesos perceptivos, en un dominio emocional determinado y simbolizados en el lenguaje. Mientras este emocionar este más cerca del miedo, mas grande es el riesgo de que estas creencias sean destructivas. 
 
Por otra parte este mismo lenguaje nos permite, además, comunicar con los otros. Esto crea la posibilidad de dialogar con los otros, de conversar, lo cual engendra la posibilidad de co-crear ámbitos emocionales de confianza que a su vez abran la posibilidad de reflexionar sobre nuestras creencias y co-construir nuevas. Creencias que legitimen a hombres y mujeres, adultos, niños y ancianos, autóctonos e inmigrantes, etc. como seres legítimos en la convivencia y, por lo tanto, como participes de la construcción de una sociedad más justa y solidaria. El drama para los que viven encerrados en creencias excluyentes y abusivas reside en que en el funcionamiento de estos sistemas, la posibilidad de diálogo, de conversar se halla excluida. Entonces, nuestro desafío en tanto que seres humanos comprometidos con la vida, consiste en contribuir a crear las condiciones que faciliten el diálogo. Y para eso hace falta creer en el diálogo y hay que seguir luchando para que este diálogo sea posible.  
 
Sólo a través del encuentro y del diálogo en un clima de respeto por la vida y las personas, a pesar de sus diferencias, podremos producir un mundo participativo e igualitario. En este mundo, el respeto por la vida y por los derechos humanos será la norma social donde hombres y mujeres juntos se asocien para co-construir una sociedad civil que asegure la ciudadanía de todos, defienda la igualdad, la libertad y sobre todo, asegure la defensa y la protección de los derechos de los grupos más vulnerables, por ejemplo las niñas y los niños, las minorías étnicas... 
 
Sin ninguna duda, la herramienta más coherente para lograr este fin es la conversación (Maturana, H., 1992), que constituye con certeza el más humano de todos nuestros actos, puesto que con ella podemos crear un campo sensorial cuyo emocionar permite el encuentro y el diálogo. En la conversación, la otra y el 
otro serán siempre respetados, porque en esa dinámica social nuestros organismos se encuentran en una afectividad amorosa que nos vincula. De esta manera, la palabra conversada evitará la transformación de la diferencia en violencia por su carácter regulador y mediador. Este acto de conversar que se repite al infinito al interior de los sistemas humanos sanos, permite que los afectos se comuniquen, regulen y elaboren, y al mismo tiempo que se compartan y enriquezcan las historias que precisan las identidades de cada uno y los sentidos de pertenencia. Todo esto es lo que crea un sentido de comunidad cuya finalidad es el respeto de la vida, de los vivientes y, por ende, de cada ser humano independientemente de su género, etnia, edad, color de piel, etc. 
 
 
Jorge Barudy Labrín. Neuropsiquiatra y terapeuta familiar. Director y Fundador de la Asociación EXIL.
 
 
BIBLIOGRAFÍA 
Barudy, J. El dolor invisible de la infancia: una lectura ecosistémica. 
Barcelona Editorial Piados. 1998. 
Maturana, H. El sentido de los humano. Santiago de Chile, Dolmen, 1991. 
Maturana, H. Varela, G. El árbol del conocimiento. Santiago de Chile, Editorial 
Universitaria, 1984.