La responsabilidad del mundo adulto en la producción del sufrimiento infantil
El análisis intenta argumentar que el sufrimiento infantil es en gran parte el resultado de la incompetencia del mundo adulto en satisfacer las necesidades de los niños y niñas, garantizándoles sus derechos. Este postulado és fundamental a la hora de comprender el mundo de los/as niños/as y de los adolescentes y para aportarles la ayuda adecuada para suplir los efectos de estas incompetencias.
Los diferentes tipos de malos tratos que sufren los niños y las niñas denuncian no solo la incompetencia de sus padres, sino que también la de toda la comunidad adulta que no ha podido protegerles.
Bienestar infantil, competencias parentales y recursos comunitarios.
El bienestar infantil es el resultado de un proceso complejo determinado por la interacción de diferentes niveles representados en la siguiente ecuación en donde intentamos demostrar que el resultado final es más que la suma de los esfuerzos individuales de los padres y de los miembros de una familia. El bienestar infantil es sobre todo la consecuencia de los esfuerzos y recursos coordinados que una comunidad pone al servicio del desarrollo integral de todos sus niños y niñas.
Bienestar = Recursos Competencias Parentales + Resiliencia infantil comunitarios Necesidades Infantiles.
En esta fórmula se recuerda que el bienestar infantil es la consecuencia del predominio de experiencias de buen trato que un niño o niña tiene el derecho de conocer para desarrollarse sana y felizmente. Estos buenos tratos no solo corresponden a los que los padres son capaces de ofrecer, sino también son el resultado de los recursos que la comunidad pone al servicio para garantizar la satisfacción de las necesidades infantiles y el respeto de sus derechos, así como para apoyar y favorecer el desarrollo de competencias parentales. El bienestar infantil es producto del buen trato que el niño recibe, y éste a su vez es el resultado de unas competencias parentales que permitan a los adultos responder adecuadamente a las necesidades de los niños. Para que esto pueda producirse, deben existir, además, unos recursos comunitarios que ayuden a cubrir las necesidades de los adultos y de los niños. En nuestro modelo, el bienestar infantil es, por lo tanto, una responsabilidad del conjunto de la comunidad.
En lo que se refiere a los padres nos interesa recalcar la relación existente entre competencias parentales y necesidades infantiles y esto a dos niveles:
a) El desafío de la función parental implica poder satisfacer las múltiples necesidades de sus hijos (alimentación, cuidados corporales, protección, necesidades cognitivas, emocionales, socioculturales, etc.), pero además en la medida que estas necesidades son evolutivas los padres deben poseer una plasticidad estructural que les permita adaptarse a los cambios de las necesidades de sus hijos. Es evidente que no es lo mismo atender a un bebe que a un adolescente.
b) Si los padres no poseen las competencias parentales para satisfacerlas necesidades de sus hijos y además les hacen daño, es muy probable que los niños en el momento de la intervención presentaran necesidades especiales tanto a nivel terapéutico como educativo. Mientras más tardía e incoherente sea la intervención mayores serán estas necesidades, lo que obligará a mayores esfuerzos para proporcionar a los niños los recursos terapéuticos a los que tienen derechos.
El concepto de competencias parentales se refiere a las capacidades que tienen los padres para, cuidar, proteger y educar a sus hijos asegurándoles un desarrollo suficientemente sano. Las competencias parentales forman parte de lo que hemos llamado la parentalidad social, para diferenciarla de la parentalidad biológica, es decir, de la capacidad de procrear o dar la vida a una cría. La mayoría de los padres pueden asumir la parentalidad social como una continuidad de la biológica, de tal manera que sus hijos son cuidados, educados y protegidos por las mismas personas que los han procreado. Sin embargo para un grupo de niños y niñas esto no es posible, si bien es cierto sus padres tuvieron la capacidad biológica para copular, engendrarlos y parirles, desgraciadamente no poseen las habilidades para ejercer una práctica parental mínimamente adecuada.
Como consecuencia de esto, los niños pueden sufrir diferentes daños, los que les da el derecho a acceder a una parentalidad social que compense la incompetencias de sus padres, al mismo tiempo que se les asegure la mejor vinculación posible con sus orígenes consanguíneos. En esta perspectiva, el acogimiento familiar o residencial deben ser considerados como los recursos que una comunidad pone al servicio de sus crías, para asegurarles una parentalidad social complementaria a la parentalidad biológica. Esto en la medida que los padres por sus condicionantes históricos y actuales no están en condiciones de asegurar los cuidados que sus hijos necesitan. De esta manera los padres acogedores o los educadores que se ocupan de los niños pueden ser considerados como cuidadores, responsables de una parentalidad social; que se suma a la parentalidad biológica proporcionando los cuidados que los niños necesitan y facilitando una vinculación sana de estos con sus orígenes. En este caso los niños deberán integrar en sus desarrollo la singularidad de una doble vinculación: a sus padres biológicos y a sus padres sociales. Además de resolver los conflictos de lealtad que pudieran presentárselos, para integrar en sus identidades estas dos pertenencias de la forma lo más equilibradas posibles.
La adquisición de competencias parentales es el resultado de procesos complejos en el que se entremezclan las posibilidades personales innatas marcadas sin ninguna a duda por factores hereditarias, los procesos de aprendizaje influenciados por la cultura, así como las experiencias de buen trato o mal trato que la futura madre o futuro padre hayan conocido en sus historias personales, especialmente en sus infancias y adolescencias.
Ser madre o padre competentes es una tarea tan delicada y compleja y sobre todo fundamental para la preservación de la especie que sin ninguna duda “la naturaleza” ha puesto todo de su parte para que esta función sea posible en la mayoría de los casos.
Los que somos padres o madres, al reflexionar como hemos sido capaces de llevar a delante esta misión y obtener resultados relativamente aceptables, debemos reconocer que una gran parte de nuestra actividad parental ha estado guiada por un especie “de piloto automático”. Este pilotaje corresponde a una especie de mecánica espontanea casi inconsciente que nos permitió responder a las necesidades fundamentales de nuestras crías, que no solamente son múltiples sino que además son evolutivas, es decir van cambiando con el desarrollo de los hijos. Al tomar conciencia de lo complejo y difícil que es ser padre o madre no nos que da más que inclinarnos con admiración y respeto frente a lo que nuestro propios padres nos han aportado. El haber hecho lo que pudieron con lo que tenían, permitiéndonos no solamente el vivir sino el poder de desenvolvernos socialmente y acceder entre otras cosas a la parentalidad les da el derecho al reconocimiento y la exoneración por nuestra parte por los errores faltas o descuidos que pudieran haber cometido con nosotros.
Por otra parte nuestro trabajo con adultos que conocieron cuando niños y jóvenes una parentalidad totalmente insuficiente y muchas veces destructiva en sus familias de origen, sin que además se les protegiera y ayudara por parte del sistema social nos ha permitido constatar el como estas experiencias pueden destruir lo recursos naturales que cualquier animal posee para cuidar a sus crías.
Resiliencia y bienestar infantil
El concepto de resiliencia es aplicable tanto a los padres como a los niños. La resiliencia puede definirse como la capacidad o recursos para mantener un proceso normal de desarrollo a pesar de las condiciones difíciles en que se viven o se han vivido. La resiliencia es un concepto que nos interesa desde su perspectiva dinámica e interaccional, no como un factor individual independiente del entorno, sino influido por las condiciones de ese entorno.
La resiliencia es un concepto interactivo: puede haber una parte que depende de aspectos constitutivos del individuo, pero también se ve influido por lo que recibe del entorno. Diferentes investigaciones sobre este fenómeno han permitido establecer una lista de factores relacionales que facilitan la emergencia y el desarrollo de la resilencia:
Factores que promueven la resiliencia:
a) Apego seguro: selectivo (con una figura significativa) y con capacidad para establecer apegos múltiples (familiaridad).
b) La toma de conciencia de la realidad individual, familiar y social: por parte del niño, por mucho que sean difíciles o duras de elaborar. Cuanto más precozmente conozca un niño su realidad, más capacidad va a tener para elaborarlas e integrarlas adecuadamente.
c) Apoyo social: relaciones informales, participación en actividades comunitarias...
d) Aportes materiales para contrarrestar el círculo vicioso del drama de la pobreza.
e) La escuela y los procesos educativos extrafamiliares.
f) Compromiso religioso, social y político.
El concepto de resiliencia nos sirve no sólo como guía para ayudar a los niños y sus padres en el sentido de apoyar sus recursos naturales, sino que además son criterios para evaluar nuestras propias capacidades resilientes en tanto adultos. En general podemos considerar resilientes a aquellos adultos capaces de proporcionar apoyo en uno o el conjunto de niveles que se mencionamos a continuación:
· Ofrecer vinculaciones de apego sanas, comprometidas y continuas.
· Facilitar y participar en procesos toma de conciencia y simbolización de la realidad familiar y social por muy dura que esta sea, para buscar alternativas de cambio a través de dinámicas sociales solidarias y realistas.
· Ser capaz de proporcionar apoyo social, es decir aceptar de ser parte activa de la red psico-socio afectiva del niño y de sus padres.
· Participar en procesos sociales para obtener una mejora en la distribución de los bienes y de la riqueza para así ofrecer ayuda para paliar situaciones de pobreza.
· Promover y participar de procesos educativos que potencien el respeto de los derechos de todas las personas especialmente de los niños y niñas, así como el respeto por la naturaleza.
· Participar y promover la participación de los niños y niñas en actividades que les permitan acceder a un compromiso social, religioso o político para lograr sociedades más justas, solidarias y sin violencia.
Bienestar infantil y aportes comunitarios
En lo que se refiere al aporte de la comunidad, podemos afirmar que las políticas públicas de protección infantil son los recursos específicos que una sociedad pone a disposición de las familias para contribuir al buen trato infantil, esto es:
- Influenciando positivamente las competencias parentales (promoviendo su adquisición o mejora)
- Apoyando a las familias en la cobertura de las necesidades infantiles de sus miembros.
Por otra parte en el caso de familias cuyos padres no poseen las competencias parentales y como consecuencia dañan a sus hijos las políticas de protección deben contener, por una parte programas específicos para evaluar estas incompetencias parentales y por otra parte evaluar las necesidades especiales de estos niños dañados por estas incompetencias. Esto, para proporcionar los recursos terapéuticos necesarios. El daño producido por los malos tratos no sólo se refiere a los diferentes traumatismos que el niño sufre, sino también a obstáculos importantes a sus procesos de crecimiento y desarrollo como buenas personas. Por otra parte en diferentes escritos hemos mostrado que el sufrimiento y los traumatismos de los niños(as) maltratados es la consecuencia de una de las formas más patológicas y abusivas de la comunicación humana.
La víctima no sólo es maltratada, descuidada, abusada, sino que además debería “agradecer” a los adultos por el daño que le hacen y para colmo, asumir la culpa de lo que le ocurre. En esta dinámica, las víctimas pueden sufrir un verdadero proceso de “lavado de cerebro” cuyo contenido puede resumirse en las formulaciones siguientes: Te amamos, te maltratamos, es normal, cállate”, “si te hacemos daño es por tu culpa, además es por tu bien”, “te descuidamos, pero como somos tus padres no puedes cuestionarnos”, “ te abusamos sexualmente para ayudarte a gozar de tu sexualidad”. El niño o niña maltratada no sólo es designada como culpable por sus maltratadores, es además forzada a aceptar esta designación y en muchos casos la actúa de una forma casi perfecta a través de sus trastornos conductuales. Esto puede llevar a que determinados adultos, no sean capaces de traducir esos trastornos como mensajes desesperados de sufrimiento y comuniquen con los niños reforzando la designación familiar y social que son ellos los culpables y no el contrario.
Es probable que estas representaciones se expresen por el poco interés de algunos adultos e incluso profesionales de la infancia, por el sufrimiento infantil, o por la toma de medidas que no les protegen sino que perpetúan su situación, o en muchos casos al desarrollo de conductas hostiles y punitivas de la parte de estos profesionales camufladas por discursos seudo científicos, como la necesidad de limites, o la restauración de la autoridad que esconden el sufrimiento emocional de las personas implicadas y que impiden una elaboración constructiva de estas.
Desgraciadamente, en protección infantil son aun muchos los efectos iatrogénicos que los niños (as) pueden sufrir haciendo que el sufrimiento de la intervención se transforme en un traumatismo que se agrega a los traumatismos sufridos en la familia. Casi siempre las víctimas infantiles no tiene la posibilidad de denunciar y corregir las incoherencias y las injusticias de las intervenciones que intentan ayudarles. En general están a la merced de los adultos que intentan ayudarles y en la mayoría de las veces deben asumir la responsabilidad del dolor provocado por los errores de los profesionales y la impotencia en que los viven. En relación a esto uno de los objetivos terapéuticos de las intervenciones de protección debiera ser el permitir que los niños sean siempre sujetos de las intervenciones, teniendo la posibilidad de transformar las vivencias traumáticas en experiencias elaborables. Para esto deben ser ayudados a tomar conciencia, no sólo de las dinámicas abusivas intrafamiliares que les han hecho daño, sino que también de las incoherencias de los sistemas proteccionales y judiciales que tienen la responsabilidad de ayudarles así como de las malas prácticas de los profesionales.
Nuestro discurso emerge de la necesidad de considerar los malos tratos infantiles como una consecuencia de la incapacidad o incompetencia de los adultos de brindar buenos tratos a las crías. Por lo tanto los malos tratos infantiles, emergen cuando no existen recursos suficientes para asegurar los buenos tratos que cualquier niño se merece. En nuestro modelo el concepto de buen trato nos conduce al de bienestar infantil, es decir, el resultado que resume el cumulo de aportes, situaciones e experiencias que garantizan el desarrollo sano e integral de un niño o una niña.
Jorge Barudy Labrín Neuropsiquiatra y terapeuta familiar. Director y Fundador de la Asociación EXIL.